CUENTO CORTO: LA HAZAÑA

SOLO PARA CORRUPTOS / La Hazaña

Ya estaba despierto para cuando la alarma sonó. Jaime se levantó con la esperanza de que seria el gran día que se realizaría la tradicional hazaña que desde hace días codiciaba. Al ir al paradero de buses rumbo a la universidad revisó por ultima vez los ciento cincuenta soles que guardaba en su raída billetera. 

Durante la trayectoria trató de leer un cuento de Julio R. Ribeyro que llevaba en la mochila pero no la terminó, su incomprensión se debía a la atención que le ponía a sus pensamientos: el dinero, el soborno, la integridad, el faenón. Al llegar a la universidad se sentó en una banca de piedra desgastada en una alameda concurrida pero para ese horario, no había ni una alma. Sacó los billetes y los contó otra vez para asegurarse de que estén ahí, completos, intactos. Abrió la pagina 18 de "Gallinazos sin plumas" y guardo los billetes de manera cautelosa dirigiéndose a la oficina con certidumbre. Su paranoia lo ponía ansioso, meditabundo y tenso. Al subir las escaleras y entrar al pasadizo se percató que la oficina del susodicho estaba cerrada. Se obnubiló y con el nerviosismo entre sus manos salio del departamento donde encontró a un hombre robusto, que parecía pertenecer de la misma facultad, pero que nunca había visto.

-¿A quién buscas?- increpó el hombre robusto que llevaba puesto un guardapolvo impecable

-Buenos... buen día. Estoy buscando al ingeniero Ramirez, por que tenia que...- mintió buscando una razón verosímil 

-Aun no llega, él siempre llega a las ocho u ocho y media. espéralo afuera- interrumpió a Jaime con serenidad

-Gracias- asintió Jaime

Jaime no se había equivocado con la hora, el ingeniero Ramirez lo había citado a las siete y media pero la coyuntura lo embargan en incertidumbre y desasosiego. Al sentarse a la mitad de la escalera abrió la página donde yacían los soterrados billetes. Izó la mirada al panorama verde terminando de contar los cinco billetes de veinte y el único de cincuenta. Observo una ardilla que subía un algarrobo inhóspito que se encontraba a 50 metros de él hipnotizándose en su ágil desempeño para saltar de rama en rama. De pronto, ensimismado, saco su celular del bolsillo recordando que tenia el número telefónico del profesor porque hace algunos días se lo dio Andrea, su amiga del noveno ciclo y no dudo en teclear:

"Ingeniero, buen día estoy esperándolo en la universidad como me dijo para entregarle los materiales para el laboratorio. soy Saldarriaga de Industrial"   

Terminando de editar el texto con mayúsculas, comas y puntos, el profesor robusto que se encontró en el pasadizo lo sorprendió con sigilo y hablándole en voz tangible le propuso:

-Joven, espéralo abajo, no puede estar en las escaleras. Ramirez ya esta llegando- 

Jaime no dijo nada y se dispuso a descender las escaleras teniendo la certeza de que aquel profesor sabia el por qué estaba ahí, a tan tempranas horas, esperando al ingeniero Ramirez. Eran las siete y cincuenta y el campus seguía sólido, sin concurrencia; diferente a lo habitual, extrañaba el pelotón que se formaba a la hora punta del almuerzo.

De pronto el frío lo abrigó y tuvo ganas de miccionar pero se negaba por que sabía que en cualquier momento su profesor llegaría. Para evadir las ganas de ir al baño comenzó a leer la biografía de Ribeyro pero fue en vano, abandonando el lugar. Cuando estuvo a punto de ingresar al baño, Jaime observó salir al ingeniero Ramirez del baño hablando por teléfono mientras se subía el cierre del pantalón. El profesor tan solo lo miro e hizo el ademán de saludo con los ojos abandonando a Jaime con desdén. Orinó con prisa para poder alcanzarlo pero su vejiga estaba llena y tardó mas de lo que pensó, aprovechando en revisar los billetes en su libro pero esta vez no los contó. Se lavó las manos, se acomodó los lentes y salió corriendo pero poco a poco fue disminuyendo su velocidad por que el peso de su mochila lo impedía, arrepintiéndose de no dejar los cuadernos en su casa. Al subir las escaleras y al atravesar el pasadizo divisó al profesor robusto sentado leyendo un periódico, Jaime no le tomó importancia sacando su celular para ver la hora y alguna respuesta del ingeniero Ramirez pero no obtuvo nada. Tocó la puerta que permanecía cerrada, haciendo un estrépito eco en todo el recinto. Finalmente la puerta se abrió.

-Entra Saldarriaga, cierra la puerta- ordenó Ramirez sentándose en su silla.

-Buenos días ingeniero, aquí tengo los "quince" materiales del laboratorio- susurró Jaime con énfasis entregándole su libro -como me dijo ayer-.

-Ay Saldarriaga, estas bien bajo, ni makuito te salvaba- respondió con soberbia buscando los billetes entre las paginas -Cuéntame ¿le aprobaste a Salazar?-

-Si, le aprobé, si le estudié- respondió Jaime rascándose la cabeza por que sabia que también le había pagado -Bueno, gracias ingeniero, disculpe nomás- 

-Espera ¿Que ya te vas?- sentenció Ramirez, dejando a Jaime inmóvil lejos de su escritorio -Te voy a ayudar con trece, Saldarriaga, ¿ya? pero para la próxima se más... cuidadoso- devolviéndole un billete de veinte y guardando el libro en unos de sus cajones con los billetes restantes.

Jaime al recibir el dinero estrechó su mano agradeciéndole con ímpetu -Hasta luego ingeniero-
Guardó el billete en su relojera, cerro la puerta y caminó airoso y triunfante en todo el pasadizo sabiendo que ya estaba invicto, otra vez. Se percató del profesor robusto que lo miraba con recelo pero Jaime no le tomó importancia pues su gran hazaña había culminado con éxito. Fue al supermercado mas cercano y compro un capuchino para desayunar.

Sullana, 2017
   
  

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