Íntimos gemidos: El juego

Esta es la historia de un juego que se tornó interesantemente íntimo. Espero que comentes si te pasa lo mismo, varón.

Era un sábado por la noche.
El primero abrió la puerta.

Estábamos ahí, visitando a una amiga en la clínica. La enfermera y la familia nos dejaron solos. Teníamos una pierna fracturada. Yo, como nunca, propuse jugar algo para no continuar cayendo en las conversaciones de lástima o depresión que suelen aparecer cuando alguien necesita un aliento de ánimo o una distracción de la realidad.

Saqué de mi bolsillo mi pack de post it naranja y un lapicero. No me preguntes porqué los tenía. No importa. Éramos siete. Cuatro varones. Tres mujeres. Trece piernas y media para precisar. Entregué dos de las notitas a cada uno para que escribiera una pregunta "incómoda" o difícil de hacer a cualquier persona que se encontraba en la habitación. Nadie debía saber lo que escribía el otro. Al final, con los post it doblados con la susodicha pregunta, se colocaron los catorce papeles en una especie de canasta de metal pequeña que encontramos. No preguntes dónde. No importa.

Expliqué las reglas. Cada uno, al azar, debía coger un papel y responder la pregunta sin ningún temor e inseguridad. Ojo. Podrían tocarles las mismas preguntas. Todo valía. Todo se quedaba ahí (hasta ahora). Comenzamos. Sale el primer papel. El juego empezó.

¿Extrañas a tu ex? ¿Te consideras imbécil? ¿Has tenido algo con alguna persona de esta habitación? ¿Eres feliz? ¿Te gusta alguien de aquí? ¿Te consideras hetero? ¿Cuál es tu fetiche? ¿Tienes una relación actualmente? ¿Me besarías?¿Estarías conmigo? Etcétera. Etcétera. Etcétera.

Afirmaciones y negaciones iban y venían sorpresivamente. Escuchábamos lo que no debíamos escuchar. Pensábamos lo que no debíamos pensar. Hablamos lo que no debíamos hablar. Revelabamos lo que no debíamos revelar. Nos enterabamos de lo que no deberíamos de enterar, necesariamente. Metafóricamente nos estábamos desnudando. Nadie tenía el derecho de juzgar ni ser juzgado. Éramos libres. Pero al final, en la segunda y última ronda, la última pregunta nos transformó, básicamente, en un foro de debate. Nos veíamos como esos viejos que cruzan las piernas para verse sabios e interesantemente respetables. En fin. No importa. ¿Te has masturbado dos veces seguidas? Una pregunta simple, inocente y con vil incertidumbre fue respondida con una respuesta fundamentalmente simple. "No, no puedo, simplemente por qué me da sueño o hambre con la primera jalada".

Si, efectivamente la respondió uno de nosotros. Éramos los que estábamos tomando el asunto. ¿Te pasa lo mismo? Dos de nosotros, en cierta forma, estábamos a favor y los otros dos; en contra. Cada uno tenía una teoría. Una hipótesis. Una explicación detallada de su experiencia. Las mujeres se tornaron espectadores. Ninguna tomó la palabra. Ya está. Nos volvimos sexólogos. No preguntes cómo. No importa. Nos masturbamos la privacidad y terminamos eyaculándolo todo. Finalmente, como es común y necesario, nos limpiamos; con despedidas y abrazos.

Era una sábado por la noche.
El último cerró la puerta.

Mayo, 2020.

Comentarios